Eduardo Lerchundi fue un artista extraordinario, diseñó vestuario en más de 80 películas, 130 obras de teatro y 40 ciclos para televisión.
Lo conocí a propósito de una muestra dedicada al barrio de La Boca que organizó la Fundación Proa. Como yo había publicado una investigación sobre el Teatro Caminito, fui invitado a participar. Eduardo había sido el responsable del vestuario en ocho de las míticas temporadas que Cecilio Madanes dirigió al aire libre entre 1957 y 1973. Queríamos que nos prestara algunos de sus figurines, concretamos un encuentro y él vino con su bastoncito.
A los pocos minutos empezó a contarme que Madanes era su compañero de banco en la Escuela de Bellas Artes . Yo tuve suerte, porque esa misma historia Madanes la había declarado durante una entrevista. El periodista la había incluido en la nota, yo encontré la nota, y la incluí en mi libro.
Entonces, le dije: «Espere, Maestro». Me levanté, fui a buscar un ejemplar de Didascalias del Teatro Caminito y le enseñé la coincidencia.
Lerchundi sonrió, hojeó un poco el libro, me miró a los ojos y me dijo: «Yo no le voy a prestar los figurines a Proa». Mi decepción fue evidente porque sabía que la exposición no sería lo mismo sin su aporte. Pero él continuó: «Yo te los voy a dar a vos. Si te gustan, te los quedás. Y si no, los tirás a la basura». Literal.
Primero me regaló 12, luego 20, después 40 y hoy más de 600 piezas conforman la colección.
Debutó en cine a los dieciséis años y trabajó con todos los directores de la época: Sasvlasky, Christensen, Amadori, Soffici, Romero. Y más adelante con: Ayala, Tinayre, Torre Nilson. Y las vistió a todas: Zully Moreno, Mirtha Legrand, Níní Marshall, Lolita Torres, Virginia Luque, Aída Luz, Mecha Ortíz, Dolores del Río, María Félix y especialmente a Laura Hidalgo.
Hasta ese momento, la estrella indiscutible era Zully Moreno que, además de ser rubia, hermosa y taquillera, se había convertido en la esposa de Amadori, que formaba parte del Directorio de Argentina Sono Films. Entonces, Mentasti, que era el dueño, lo llamó a Eduardo y le dijo: «Tengo miedo de que estos dos se transformen en un dolor de cabeza. Vamos a crearle una contrafigura a Zully».
La decisión recayó sobre una morocha de ojos claros que sólo había hecho papeles de reparto. Lerchundi se ocupó del vestuario de Laura Hidalgo pero también del maquillaje, del peinado y hasta del diseño de las joyas porque, además de ser un prolífico diseñador, era dueño de una técnica muy precisa y refinada de dibujo. Uno de sus maestros en Bellas Artes fue Spilimbergo.
Incluimos un dibujo original que le regaló a su alumno y que en la dedicatoria reza: «Al joven Lerchundi, augurándole perfección en el arte. Spilimbergo, 1945».
Los domingos venía a mi casa y veíamos sus viejas películas en blanco y negro en YouTube. Y me decía: «¿Ves esa falda?, era violeta. Y ese saco: verde botella. Porque si ponía blanco o negro, los directores de fotografía me querían matar. La luz quemaba todos los pliegues».
Entonces, compró una cámara de fotos y aprendió en pequeña escala cómo darían luego esas prendas en la gran pantalla. Con ese gesto, no sólo estaba cuidando su empleo sino que estaba colocando los pilares fundamentales del oficio.
PROCEDIMIENTO
La donación fue paulatina y anacrónica. Cuando Lerchundi llegaba con una de sus carpetas, lo primero que hacía era agradecerle y clasificar el material por década, por año o disciplina.
Comprendí la necesidad de construir una didascalia. Porque al estar delante de un figurín, la experiencia se completa si sabemos, por ejemplo, que fue realizado para Alfredo Alcón cuando hizo Calígula en el año setenta en Canal 11.
A cada obra le sumé un prospecto, un prontuario donde detallé: fecha de estreno, reparto, colaboradores, en qué teatro, qué cine, qué canal de televisión lo emitió, fotografías en escena, programas de mano, afiches, artículos de prensa. Y faltaba una pieza fundamental…
Lerchundi era muy reticente a conceder entrevistas y si lo llamaban para organizarle un homenaje, les cortaba. De todos modos, me arriesgué y cuando obtuve su aprobación, fui ambicioso. Porque me parecía injusto circunscribir la investigación puramente a los figurines recibidos. Si bien la cantidad es enorme, no alcanzan a reflejar la totalidad de sus trabajos. Así que yo fui por todo.
Sentadito en el living de casa, mirando a cámara, Eduardo relató en primera persona cómo fue cada una de las producciones que conforman su filmografía. Grabamos 83 videos.
No conformes al terminar, repetimos el procedimiento pero esta vez con sus obras de teatro. Partimos desde su debut en 1941 junto a Mecha Quintana hasta llegar a los últimos diseños que realizó para una puesta del Don Giovanni en el Teatro Avenida en 2008. Pero al terminar de brindar los testimonios de su última participación en Caminito, la muerte de Eduardo interrumpió las grabaciones.
Me quedé solo, ordenando las décadas que aún faltaban. Pedí ayuda. Y cuando obtuvimos el arco completo, los casi 80 años de trayectoria, florecieron algunas conclusiones.
CONCLUSIONES
La destreza que estampó en sus trabajos. El compromiso que mantuvo para el vestuario de La Traviata en el Teatro Colón, fue idéntico para los trajes de Zulma Faiad cuando estrenó una revista en el Teatro El Nacional junto a Nélida Lobato.
Que en una misma temporada haya participado en una película de Sandro y en esa obra maestra de Leonardo Favio que fue Nazareno Cruz y el lobo.
La flexibilidad que desarrolló para atravesar estilos, disciplinas, y épocas produjo un calidoscopio hipnótico y fundamental en la historia del entretenimiento en la Argentina.
Estas obras, de indiscutible valor artístico, nacieron sin embargo como herramientas. Herramientas para que el productor aprobara el presupuesto, la modista supiera qué prendas confeccionar y para colaborar con el director en el momento en que debía guiar a los actores en cómo construir sus personajes. Porque dotó a sus creaciones de movimiento, intención y profundidad.
No subordinó su inspiración a la moda sino al guión. Partió siempre de un objetivo claro: servirse de la prenda para alcanzar la mejor expresión del argumento. Y aquí reside su mayor aporte al Diseño de Indumentaria para espectáculos. Lerchundi inaugura la dramaturgia del vestuario en nuestro país.
Este archivo bautiza, definitivamente, a Eduardo Lerchundi como el gran figurinista argentino.
Diego Kehrig